

Mi Ángel Escarlata.
En algún rincón de esta vida, sin previo aviso, apareció ella: mi ángel escarlata. No llevaba alas, ni aureola, pero brillaba con una luz única que envolvía cada espacio que compartíamos. Su llegada fue como un destello en la oscuridad, una chispa que encendió el más puro e inesperado de los amores.
Ese ángel me enseñó lo que pensé ya sabía. Me mostró que el amor verdadero es algo que trasciende lo tangible, que puede ser tan grande como ir a Plutón a pasos de tortuga, pero también tan delicado como una flor seca en el estuche del teléfono. Amar con la intensidad que ella me enseñó, es como liberarse de ataduras que te amarran al suelo, es un sentimiento que te envuelve y te hace levitar, sin importar cuán pesadas sean las cargas que el mundo pueda imponer.
De su mano aprendí que las dificultades no son muros, sino pruebas para ser enfrentadas con una sonrisa. Como un bálsamo, su risa hacía que las tormentas se volvieran brisas suaves, amaba verla sonreir. Su dedicación me enseñó acerca de la perfección, no en un sentido irracional compulsivo de buscar lo inalcanzable, sino una forma de ser auténtico y cada vez mejor.
Cuando su mano descansaba en mi regazo, sentía una confianza plena, una seguridad que nunca antes había conocido. En ese sencillo gesto, todas mis preocupaciones se desvanecían, y entendí que, sin importar las curvas que el camino nos presentara, siempre estaríamos juntos para enfrentarlas.
Sus caprichos y berrinches, lejos de ser eso, se convirtieron en pequeñas expresiones de afecto, enmarcado en su inocencia con voz de niña consentida. A pesar de la distancia que siempre se imponía entre nosotros, ella encontró la forma para que no se sintiera tan lejana. Los mensajes constantes, las fotos inesperadas, cada pequeño gesto eran como puentes que unían nuestros mundos aveces colapsados por la geografia. Me enseñó que el amor se alimenta de esos detalles, y que, al igual que los pingüinos, nuestra lealtad y fidelidad trascendían el tiempo y el espacio. Éramos dos almas prometiéndose un amor eterno, en esta vida y en la otra.
Me enseñó a ver el mundo con ojos nuevos, a apreciar géneros musicales que antes me eran ajenos. Con ella, cada nota era una melodía compartida, cada canción una historia que nos unía más. Me demostró que, cuando el deseo y el amor son verdaderos, cualquier obstáculo se puede superar, y cualquier miedo, disipar.
Mi ángel escarlata fue más que una compañera, más que una simple presencia en mi vida. Fue, y siempre será, el reflejo de lo mejor de mí, la que me enseñó a ser tierno, a abrazar la inocencia y a esperar pacientemente el próximo encuentro. Porque sé que, en algún lugar, nos volveremos a buscar y a encontrar, como lo hicimos alguna vez.
Y aunque la vida avance, aunque el tiempo siga su curso, ella siempre será mi ángel escarlata, el amor más maravilloso que alguna vez conocí.
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