La vida, como un tren en constante movimiento, nos lleva de estación en estación, donde acumulamos experiencias y aprendizajes. A veces, permanecemos más tiempo en un lugar, otras seguimos de largo, siempre en búsqueda de algo que nos haga detenernos. Este viaje, lleno de encuentros y despedidas, refleja el camino amoroso: un recorrido de exploración en el que, hasta que decidimos bajarnos en una estación específica, seguimos avanzando, guiados por la incertidumbre y el deseo de encontrar un destino que nos invite a quedarnos.
Decidir bajarse en esa estación es un acto de valentía y amor. No porque el tren no pueda continuar, sino porque decidimos que ese lugar es suficiente, que vale la pena explorar y construir ahí. En la vida amorosa, esto equivale a la elección consciente de amar y permanecer. Es el momento en que entendemos que no se trata solo de encontrar a alguien, sino de comprometerse a forjar algo juntos.
Quedarse en una estación no garantiza la perfección ni la ausencia de dificultades. Habrá días de lluvia y noches solitarias, pero también amaneceres que harán que todo valga la pena. Elegir quedarse significa aceptar que el amor no es un destino final, sino una construcción diaria, un esfuerzo compartido que transforma una simple estación en un hogar.
Así, en el viaje de la vida, el amor no es solo el tren ni las estaciones por las que pasamos. Es la decisión consciente de detenernos, de construir, y de pertenecer. Y cuando hacemos esa elección, la estación deja de ser una más en el camino; se convierte en nuestro destino, nuestro lugar en el mundo.
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