El viaje hacia las tierras del sur fue largo, cargado de ansias y expectativas. Tras horas de recorrer caminos, él llegó con la ilusión de sorprenderla y pasar cada segundo a su lado. Sin embargo, los compromisos previos que ella tenía fueron como espinas inesperadas que arrugaron su corazón. Su esfuerzo por el viaje, esas interminables horas de camino, parecían casi en vano.
A pesar de la tristeza inicial, solo verse fue suficiente para que ambos recargaran las energías de su amor, ese amor que, aunque aporreado por la distancia y los asuntos sin resolver, seguía vivo. El tiempo juntos fue breve, pero precioso. Compartieron solo una tarde de helado y un momento sublime en que la complicidad de su intimidad les permitió atravesar un mar de sentimientos. En medio del silencio, sus risas y llantos se mezclaron: risas por la felicidad de encontrarse y poder tomarse de las manos, y llanto por la tristeza de ver cómo, poco a poco, las cosas que los unían parecían volverse en su contra, se sintieron solos, pero juntos, luchando contra el mundo.
Al amanecer del día siguiente, llegó la inevitable y adelantada partida. No hubo despedida con un abrazo y un beso, como de costumbre, sólo un mensaje de texto fue el adiós que recargó de lágrimas sus mejillas. A pesar de la incertidumbre que los envolvía, se despidieron jurándose amor eterno. Sabían que los próximos meses estarían marcados por la ausencia, esa que gobierna los corazones cuando el amor se siente maltratado por la distancia y el peso del día a día.
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