Amar o depender: dos caminos que a veces parecen confundirse, pero que llevan a destinos muy diferentes. Amar es una entrega libre, un compartir genuino que nos hace crecer y nos enseña a respetar la individualidad del otro. Es estar al lado de alguien sin perder el rumbo propio, sin ceder nuestras aspiraciones ni dejar de ser quienes somos. En el amor verdadero, encontramos un espacio donde podemos ser nosotros mismos, y donde nuestra felicidad no depende exclusivamente del otro, sino de una combinación de conexión y libertad.
En cambio, depender es caminar una cuerda floja en la que, si el otro se tambalea, caemos también. Es vivir con miedo a la pérdida, aferrándonos tan fuerte que, sin darnos cuenta, sofocamos lo que más queremos. La dependencia nace de la inseguridad, del temor a enfrentar la vida por cuenta propia, y nos empuja a ver al otro como la única fuente de paz y felicidad. Esta dependencia, aunque parezca amor, encierra nuestras alas y nos quita el poder de volar. Amar sin depender es aprender a compartir la vida sin ser rehenes de ella; es encontrar la belleza de estar juntos, sin olvidar que cada uno también debe caminar su propio camino.
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