La recuerdo cándida, bordeando la orilla de un manantial, con esa gracia que solo ella tenía, como si fuera la primera vez que descubriese un lugar tan mágico. Su vestido de flores se movía al compás del viento, casi danzando con la naturaleza que la rodeaba. Su risa, cándida e ingenua, resonaba en el aire, llenando el espacio de una alegría inalcanzable sin ella. Su cabello jugaba con la brisa, creando un cuadro perfecto que se grabó en mi memoria. Y al final, un instante se hizo eterno: su mirada cruzando la mía, un momento tan especial que prevalecerá en mi corazón, aunque pasen mil años.
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