

Recuerdos que Nunca se Van
El amor tiene muchas formas y matices, y cada uno de ellos deja una marca en nuestras vidas. Están los amores pasajeros, aquellos que llegan sin previo aviso y se van con la misma rapidez, dejando un suspiro en el aire y una breve sonrisa en los labios. Son amores que se disfrutan en el momento, intensos pero efímeros, como una chispa que ilumina la noche, pero que inevitablemente se apaga. Luego están los amores de verano, cálidos y fugaces, que florecen bajo el sol y se desvanecen con las primeras hojas del otoño. Estos amores nos enseñan sobre la belleza de lo temporal, sobre la magia de lo que no está destinado a durar.
Existen también los amores casuales, aquellos que surgen de la nada, sin intención ni plan. Son como encuentros fortuitos en el camino de la vida, que aunque breves, nos enseñan algo nuevo sobre nosotros mismos. Hay amores de juventud, esos que se viven con la intensidad de los primeros descubrimientos, cuando el corazón late más rápido y todo parece posible. Son amores que nos forman, que nos enseñan a amar y a perder, a crecer y a sanar.
Pero entre todos estos amores, hay uno que se distingue, el amor verdadero, el que trasciende el tiempo y las circunstancias. Es el amor que siempre te pone el punto de partida, el que nunca se olvida, el que llevas muy dentro del corazón. Es el amor que, aunque el tiempo pase y la vida cambie, sigue latiendo en lo más profundo de tu ser. Es un amor que no se desvanece con la distancia ni con el paso de los años, porque es parte de ti, como un eco constante que te acompaña a lo largo de la vida. Es el amor que, aunque ya no esté presente físicamente, sigue siendo el faro que guía tus recuerdos y tus sueños. Es ese amor que te marca para siempre, que te enseña lo que significa amar de verdad, y que, aunque el mundo cambie, nunca deja de habitar en tu corazón.
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